Compartiendo experiencias sobre masculinidad.
Al final del día después de mi jornada laboral, me doy cuenta que me encuentro rodeado de mujeres. Mi entorno profesional es mayoritariamente femenino. Mujeres de todas las edades y condiciones. Para situaros me dedico a las terapias naturales y el crecimiento personal. Yoga, ayurveda…Y resulta que son ellas las más interesadas en empoderarse y crecer.
No digo esto como queja, por favor entenderme. Me siento muy cómodo trabajando y compartiendo con ellas, desarrollándonos juntos en un entorno en el que me siento libre para expresarme emocionalmente sin ningún miedo a que se confunda la sensibilidad con la debilidad. O a expectativas sobre supuestos conceptos sobre masculinidad errónea y machista. Por otro lado, estar en un ambiente predominantemente femenino hace que pueda observarlas y aprender. Ver como se reúnen, como luchan por entenderse mejor. Es algo que respeto y admiro. Pero no es a ellas a quienes me dirijo, mis amigas, sino hacia al vacío que siento en mi vida respecto al mundo masculino.
Reconozco que no me gusta el fútbol, ni atiborrarme de cerveza ante el menor pretexto. Esto no hace que me sienta raro, aunque si a veces algo diferente. ¿Acaso el interés por el crecimiento personal, el mundo emocional y el bienestar tiene que ser afeminado? Lo siento pero me rebeló contra esto. Y lo hago con conocimiento de causa. De hecho, hubo un tiempo en el que sí necesitaba beber unos tragos para tener la justificación perfecta para poder abrazar a un amigo, o el valor para abrirme emocionalmente con él. Recuerdo también, lo que sentía en aquellos momentos previos, y distaba mucho de lo que hoy considero como sentirme sereno o íntegro. Más bien al contrario. Necesitaba ese puntillo de euforia para salir de mis inseguridades y torpemente avanzar mareado hacia lo que se supone es entablar una unión con otra persona, aquello que nos hace más humanos.
Hablo como hombre sensible y con ganas de establecer una conexión vibrante con la vida. Y esto a veces conlleva aspectos sutiles, pues para despertar esa emoción debe existir cierta sensibilidad. Una sensibilidad que no tiene porque ser afeminada. Hablo como hombre capaz de apasionarse ante un desafío, y estremecerse en el reto por conseguirlo. Con decisión y empuje. Porque pueden y deben coexistir la dos frecuencias, sin por ello verse mi masculinidad en tela de juicio. O no debería.
¡Hermanos os echo de menos! Añoro compañeros en este viaje, con los que establecer el vínculo sagrado de la cuadrilla, de la partida guerrera. El compartir fortaleza y confianza sin miedo a la competencia entre nosotros. Son muchos los desafíos ante los que nos enfrentamos como padres, hijos, parejas, trabajadores y amigos. Necesitamos más que nunca el entendernos y encontrar armonía en estos tiempos confusos que nos ha tocado vivir. En el que los arquetipos sobre masculinidad de generaciones anteriores están caducos. Igual que un John Wayne paseando por Fuencarral.
Estamos en un momento en el que lo que se espera de nosotros no está claro. La sociedad, nuestras parejas, nuestros hijos, nos demandan estereotipos a veces encontrados. Debemos ser máquinas de producir, samuráis del consumismo. Nos preparamos para ello lo mejor que podemos, encalleciéndonos en horario laboral si es preciso. Para acabar dándonos cuenta que posteriormente, en nuestras relaciones íntimas sentimos pánico ante el vértigo de manifestar nuestras emociones. A John Wayne se le exigía matar a bandidos, pero no que mostrara su parte vulnerable al unísono. La parte emocional era asunto de whisky y puñetazos.
Nuestras parejas nos necesitan. Para que se sientan comprendidas, para apoyarlas pues son tiempos duros también para ellas. Para dejarlas espacio y que puedan desarrollarse plenamente. No necesitan un hijo-amante. Quieren hombres autosuficientes e independientes.
Nuestros hijos también nos necesitan más que nunca, con urgencia. Un modelo auténtico, no un papá que les pague en la distancia, ya vivamos en el hogar con ellos o los fines de semana. Necesitan que estemos presentes, y que esa presencia sea firme. Firme para marcarles los límites que tanto necesitan. No flácidos ni aduladores. Necesitan nuestra energía, que los abracemos fuerte, para que sientan el amor y la protección de un hombre que los quiere. De su padre.
Chicos, vivimos tiempos confusos, pero llegan vientos de cambio. Si han llegado a ti estas líneas quizás quieras sentarte con nosotros y contarnos como te sientes. Te esperamos para fortalecernos juntos.
Chicas, si pensáis que vuestros hombres podrían resonar con este mensaje hacédselo llegar con amor y respeto.
Todos estamos en el mismo barco y con el mismo fin. Entendernos mejor y ser felices.
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