Meditación guiada, lo que tu mente hace por ti
Una historia de meditación guiada…
El local está ubicado en una calle pequeña del centro. Para Carlos venir al centro supone un inconveniente, ya que nunca encuentra sitio para aparcar y sale demasiado cansado del trabajo.
Ha entrado en una especie de círculo vicioso donde el estrés y agotamiento que le genera el trabajo no le dejan ganas ni tiempo para hacer algo que mejore su mala leche y la tensión acumulada a lo largo de la rutina semanal: reuniones, mucho trabajo, mal ambiente laboral, atascos, comidas rápidas. Su cuerpo está agotado y su mente está a punto de estallar. Siente que no puede más y que su ánimo está repercutiendo en el resto de su vida, problemas con la pareja, poco ocio, distanciamiento con las amistades, hasta su perro se está resintiendo con esta situación.
Hoy, por fin ha hecho un esfuerzo sobrehumano y, a pesar del cansancio, las pocas ganas, la pereza de coger el coche y el mal humor a la hora de buscar aparcamiento, ha decidido romper el círculo y probar este sitio del centro que le ha recomendado una amiga. Es un sitio donde practican yoga, técnicas de relajación y meditación guiada, dan masajes y ayudan con temas de estrés y ansiedad. No es que él sea mucho de estas cosas, pero se siente ya tan desbordado que está dispuesto a probar lo que sea y, además, desde hace un tiempo ve muy bien a Matilde y sólo por estar como ella está dispuesto a intentarlo. Ella dice que desde que empezó a practicar yoga y meditación su vida pegó un cambio increíble y si le funcionó a Matilde ¿por qué no a él?
El local le queda algo apartado de donde ha dejado el coche. Se ha tirado casi media hora buscando un hueco para dejarlo y está de mala leche, ha estado a punto de darse la vuelta y volverse a su casa. Su cabeza no está tranquila, va con el tiempo justo y en el trabajo ha dejado un informe a medias por acudir a la cita. Espera que al día siguiente le dé tiempo a terminarlo. Encima cuando llegue a casa tendrá que sacar al perro.
Por fin llega al local, entra con cara de pocos amigos y con ganas de que todo acabe pronto para irse a su casa. El olor a incienso, una música extraña que le pone un poco nervioso y una chica con ropa blanca y cara mística son los primeros en recibirle. Le pide que se quite los zapatos y que le acompañe a la sala donde en unos minutos empezará una sesión de meditación. Cada vez se siente más incómodo, cuando habló por teléfono para apuntarse a yoga o darse un masaje relajante le invitaron a esa sesión y sin saber muy bien de qué iba decidió apuntarse antes de arrepentirse y postergar nuevamente su compromiso con aún no sabe muy bien el qué.
Entra en una sala con una luz tenue, con el mismo olor a incienso y una música algo más agradable que la de la entrada. La sala le resulta confortable y hace que por un momento su malestar se reduzca un poco. Un hombre también con cara de místico y vestido de blanco se le acerca y con una voz casi en susurro le invita a sentarse en una especie de colchoneta cuadrada. Sin saber muy bien por qué la voz de este hombre le relaja, su aspecto, su mirada, sus gestos, todo irradia una paz y tranquilidad contagiosas. El hombre le comenta brevemente cómo debe proceder en su primera meditación guiada y le invita a que busque la postura que le haga sentir mejor en la colchoneta, ofreciéndole un cojín para que se ponga entre las piernas. Después se dirige al principio de la sala y en el centro del círculo que ya han formado el resto de participantes se sienta con las piernas cruzadas, en la postura de loto.
Comienza la meditación guiada
La sesión empieza, el hombre de blanco, con su voz suave y tranquilizadora comienza a dirigir la respiración del grupo. Carlos trata de seguirla pero, a cada rato, se descubre con su cabeza en otro lado, su perro, el trabajo, la música, el incienso, la respiración del que está a su lado, la voz suave, que parece acariciar. De nuevo vuelve a su respiración, para perderse al segundo. Las respiraciones profundas se le quedan al principio atravesadas en el diafragma pero, a medida que avanza la clase, el aire se va abriendo paso por todo su cuerpo y, durante segundos, su cabeza se concentra en esa sensación que le produce un bienestar efímero pero muy agradable. Nota sus piernas dormidas, la espalda cargada, recuerda que “la voz suave” le dijo que cuando le sucediera eso corrigiera la postura. Lo hace aunque no nota demasiado cambio. Vuelve a dejarse llevar por esa voz, que parece crear una coreografía perfecta con su respiración. Es una sensación extraña, que va y viene y que no es capaz de retener. Es como si su cabeza desapareciera. Se siente bien. Nunca había sido tan consciente de su respiración, así de fácil. Este pensamiento de nuevo le saca del éxtasis intermitente. No sabe cuánto tiempo ha pasado. La voz, poco a poco, conduce a las sensaciones reales del cuerpo y al momento presente en la sala. No puede abrir los ojos, se siente tan bien así. Con mucho esfuerzo consigue abrirlos y se encuentra con esa mirada a juego con la voz. Se siente tranquilo.
Mientras camina de vuelta al aparcamiento donde ha dejado el coche empieza a sentir los beneficios de la meditación guiada, siente su cuerpo y su mente más livianos. Desaparecen la confusión y el desconcierto, sustituidos por la relajación, bienestar, sorpresa. Se sube al coche y mientras conduce por las calles de la ciudad una voz suave lo guía de vuelta a casa.
Escrito por Equipo AIYA
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