Diario de un Panchakarma 3º. Vamana. Por la boca limpia el pez.
Tercera parte…
Existía cierta expectación respecto al primero de los panchakarmas por los comentarios de otros pacientes que estaban por aquí y ya lo habían pasado. El sentimiento general era de respeto por su dureza, ya que vomitar agota y es desagradable. Pero por las experiencias que vamos teniendo ya hemos aprendido que cada persona vive los procesos de forma diferente. Para unos el vómito es una tortura, mientras que pasan por la purga sin pena ni gloria. Sin embargo y sorprendentemente otros lo viven de forma contraria. Como nos dicen los doctores : “Depende de la constitución de cada persona…” y ahí se concentra todo el misterio.
Yo estaba preparado. A las 5:00 estaba en la sala de tratamientos dispuesto para recibir el masaje previo y las corrientes de vapor correspondientes. Luego me llevaron a un cuarto en penumbra donde me senté con un cubo entre mis piernas. Mi ayudante me indicó que bebiera tan rápido como pudiera para inducir el vómito y que mi estómago no lo digiriera.
Empezamos con un buen vaso de leche. Luego otro. Y otro más. Como si de una competición se tratara y al cuarto no puede más y lo eché sin contemplaciones. (Personalmente hace años que no bebo leche de vaca por lo que su sola presencia en mi cuerpo ya me da náuseas). Pero aún quedaban más de tres litros de leche por tomar y posteriormente echar. Y otros tres litros de decocción de hierbas con sabor predominante a regaliz. Más otros tres de agua salada. La leche para concentrar las toxinas, la decocción para arrastrarlas y el agua salada para limpiarlas. Casi once litros que ingerí y arrojé en más de 16 veces. A mitad del proceso estaba ya agotado. Mis costillas y diafragma se quejaban. Mi cuerpo estaba en alerta. Sudaba. Se me erizaba el cabello. Temblaba y me mareaba. Pero este era el proceso. Varias veces pensé que no iba a ser capaz de acabarlo. Varias veces estuve a punto de levantarme y empujar a mi ayudante para salir de allí. Tan lejos de mi casa, medio somnoliento, en un cuarto en penumbra y viviendo esta experiencia me sentía como los prisioneros torturados de las películas de Vietnam. ¡No exagero! Pero continué.
Dejé de lado todas estas incomodidades y confié en que lo que estaba haciendo tenía un sentido positivo para mí. Allí solté no solo toxinas de mi estómago, sino todo aquello que alguna vez salió con o sin intención de hacer daño a otros, mi gula, mi soberbia, todos los excesos que había cometido en mi vida a través de la boca. Sentía que en cada vómito, sobre todo a partir de la segunda parte del proceso era algo catártico que me estaba liberando emocionalmente. Y cuando pensé que ya no podía más, mi ayudante me indicó: The last one!! Y lo bebí como los últimos pasos de un maratoniano llegando a su meta. Allí estaba, jadeando, sudoroso, mareado, pero por fin lo había hecho. Me lavé los pies, las manos y la cara, y me fui al cuarto dando tumbos. Caí dormido como un niño durante 3 horas. Y al despertar sentía una ligereza y claridad nuevas.
Había pasado el primer panchakarma. Vamana, el vómito inducido.
Pedro
fotos en mi página de fb:
https://www.facebook.com/pedroarcecifuentes
¿Quieres compartir lo que piensas?
Tu dirección de email no se publicará. Los campos requeridos estám marcados con *